Y por fin llegó el tan anhelado día. La cita fue a las cuatro de la tarde. Ella llegó puntual, situación bastante fuera de lo común, pues ella suele tener conflictos con el significado de la palabra, pero la emoción era tanta (además de la inminente amenaza de lluvia) que provocó que saliera con tiempo de casa. Se dirigió al lugar acordado, Él aún no llegaba. Ella se sentó y esperó. Pensaba en lo que podrían hacer en esas tres horas y media previas al concierto, pero no se le ocurría nada, en su cabeza sólo rondaban algunas de sus canciones favoritas y deseaba poder escucharlas de viva voz de Alexi Laiho.
El reloj que colgaba de su muñeca marcaba las 4:30, el de su celular cinco minutos más, el del andén media hora menos; prefirió creerle al primero. Decidió llamarlo. No contestó. Mandó un mensaje y justo en el momento en el que lo envió, divisó de reojo esa silueta alta, corpulenta y oscura, tan conocida y tan re-conocida por ella. Era Él. Era Él y sus botas desgastadas; Él y su panto negro; Él y la playera negra que a Ella tanto le gustaba jalonear; Él y una camisa negra de Iron Maiden que ella nunca había visto; Él y su tierna sonrisa, sus suaves labios y ese regazo tan cálido en el que Ella siempre encuentra confort, seguridad y…
Decidieron hacer lo que mejor saben: vagar. Caminaron largo tiempo por las calles de la Alameda; demasiada gente. Quisieron ver el Palacio de Bellas Artes, craso error: mucha más gente, cosa bastante obvia si se tiene en cuenta el significado a nivel nacional de esta fecha. Se cansaron y decidieron buscar un lugar donde poder sentarse; vieron unas gradas, escogieron la más vacía y apartada de la gente (ambos antisociales por naturaleza) y ahí platicaron sobre sus vidas, que por cierto, nada de interesante tienen, pues ninguno aportó datos que el otro no conociera. Después se dieron cuenta de que formaban, sin querer, parte del público de un evento patrocinado por el “gobierno legítimo”, lo cual no les causó ningún desasosiego. Se divirtieron más con las miradas ajenas de los muchos asistentes involuntarios, como ellos, que los escaneaban de pies a cabeza: algunos con curiosidad, otros con desprecio, unos más con desconcierto, cosa que nunca les ha importado: aman no ser comunes, aunque en el fondo, también son humanos.
La lluvia provocó que se dirigieran al sagrado recinto donde los dioses del metal reunirían a sus más fieles lacayos. Llegaron, y una enorme paz y armonía los invadió: las melenas largas y alborotadas, las botas militares, los estoperoles, los piercings, los picos… la comunidad metalera un vez más se reunía y, no tan pacientemente, esperaba en la larga fila su turno para poder ingresar al infierno.
Una vez dentro y fieles a su costumbre, buscaron un lugar apartado para disfrutar de los rifts de Laiho. Amorphis fue el grupo telonero. Ambos confesaron no conocerlo, pero dedujeron que podría tratarse de black metal… ¿o death metal? ¡ah, qué importaba! Ellos ansiosamente esperaban a Children of Bodom. En tanto, Él fumó dos cigarros, Ella le “echaba aguas”; Ella lo besaba, Él le correspondía. Platicar era imposible, pues además del fuerte sonido, Ella se encontraba algo afónica.
Y finalmente, la luz se apagó, en la batería se escuchaba a Jaska Raatikainen, en el teclado se distinguía la silueta de Janne Wirman y al frente del escenario, Roope Latvala y Henkka Seppälä escoltaban a Laiho. Fue poco menos de dos horas de rifs y guturales; el slam en la pista no podía faltar: desde donde estaban podían ver a la gran mancha negra moverse al ritmo del set list: Every time i die, Are you dead yet?, Bloddrunk, Follow the reaper, Angels don’t kill… los más atrevidos se lanzaban al buen estilo del mosh y no había quien se resistiera al headbanging (incluidos ellos). Al filo de las diez treinta de la noche la velada que los chicos del Bodom les habrían brindado, terminó.
Después de comprar los siempre obligados souvenirs, decidieron ir a descansar. Debido a la precaria economía de ambos, optaron por la opción más austera: un modesto y nada confortable hotel en Revolución. Después de cenar y ver la aburrida programación nocturna invadida de festejos independistas, infomerciales y un único canal porno, procedieron a relajarse y dejar que sus cuerpos tomaran total control de sus acciones: la ropa quedó tendida a lo largo del piso, los besos, caricias, la respiración entrecortada… el erotismo invadió la pequeña alcoba. Faltan las palabras para describir cada una de las sensaciones que Él le provocaba con un sólo roce a Ella, en tanto Ella disfrutaba sorber cada uno de los jugos que de él brotaban, oler y recorrer cada pequeño rincón de aquel cuerpo que se doblegaba al compás de cada ligero toque… el tiempo se detuvo y sólo se dieron cuenta de que aún existía cuando ambos cayeron rendidos a su pasión.
Mientras Él dormía, Ella distinguía entre la oscuridad de la noche la silueta del ser amado; observaba atentamente ese rostro tan conocido por ella: aún en la penumbra podría decir en qué lugar está cada uno de los lunares que ella muchas veces había contado. Era capaz de dibujar el contorno de esos labios curiosos que muchas veces le habían saboreado hasta el más remoto recoveco de su cuerpo. Era imposible dejar de mirar a aquel hombre con el que ha compartido tantos años de su vida.
Sin embargo, la tristeza la invadió. Se dio cuenta que pese a la cercanía del objeto de su amor, miles de sentimientos los separaban: Ella sabía que Él la quería, pero no la amaba. Ella hacía el amor con Él; Él… ella no estaba segura. Esa noche muchas veces aprisionó en sus labios un “te amo”. No lo decía por miedo, miedo a que ese sueño que tantas alegrías, sonrisas y llanto le ha provocado, terminara. Ella no quería perder la única “relación estable” que ha tenido en su vida. Quería seguir viviendo en ese mundo de fantasía que Él le había brindado. Ella lo amaba… ella lo ama, y no desea perder uno de los pocos motivos que la hacen sonreír.
¿Cómo dejar ir a aquel hombre con el que tantos momentos ha vivido? Con el que ha aprendido tanto, con el que puede ser ella misma sin miedo a ser rechazada, el único que la conoce como pocos, que la quiere como nadie, que reconoce y entiende su dolor, sus temores, sus aficiones y sus perversiones… Él, que es la persona que Ella eternamente había soñado y nunca buscado.
Pero sabe que ese ensueño nunca tomará forma en el mundo real. Sabe que Él es una mera ilusión y que en algún momento se dispersará dentro de las tinieblas de su existencia. Sabe que mientras más se sumerja en esa ficción, más lágrimas derramará cuando llegue a su fin. Las primeras gotas de la tormenta interna que se vislumbraba en ella recorrieron sus mejillas, algunos sollozos escaparon de lo más profundo de su ser; Él se dio cuenta, pero Ella supo disimularlo (nunca pudo ser más oportuno enfermarse). Las horas pasaron, Él dormía profundamente, Ella apenas pudo dormitar, en parte debido a sus elucubraciones nocturnas, en parte por el escándalo de sus vecinos de cuarto. Más tarde ella lo despertó, Él encendió la luz y acarició la negra cabellera de la chica, la miró tiernamente… tomaron una ducha rápida y después, emprendieron la marcha.
Era tarde y por ello, Él ya no pudo acompañarla hasta la estación donde Ella bajaba; se despidieron con un largo beso, con la promesa de que pronto tendrían noticias mutuas. El agradeció la compañía, Ella sólo se limitó a sonreír. Él salió del vagón y al mismo tiempo en que el vapor del café que Ella sorbía se dispersaba en el aire, la figura del hombre a quien tanto ama desaparecía entre la muchedumbre, siempre distinguiéndose entre las demás, no por vestir de negro, ni tampoco por su andar, sino porque él es Él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario