Dos mitades que se complementan.
Dos mitades que se unen, que embonan, que forman una unidad.
Dos mitades que son uno… y que no pueden fusionarse.
No caminan, no respiran, no se mueven hacia la misma dirección.
Una siempre mira hacia donde ve la otra… aquella no lo nota.
Aquella se levanta y corre. Sin pensarlo, la otra hace lo mismo. Corre, corre con todas sus fuerzas. Corre hasta desfallecer.
Nunca la alcanza. Aquella huye, se esconde, se pierde entre las tinieblas, confunde su sombra con los fantasmas del recuerdo.
Ella (ya ha tomado forma) desesperada, lo busca; camina entre la bruma, sus manos miran alrededor, observan. De su garganta emergen chillidos, sus oídos buscan una respuesta, sus manos siguen atentas. No pasa nada. Ella se queda ahí, tiembla, llora, aulla… hace esfuerzos por llamarlo, por gritar su nombre, peo sólo puede articular esos espantosos berridos. Llora, no hace más que llorar.
De él no queda rastro. La oscuridad del lugar no permite ver más allá de su nariz. ¿Dónde está?
La luz comienza a iluminar la escena. Oye un ruido. Levanta la cabeza, respira y grita su nombre… la silueta de aquél se distingue entre la niebla… ella sonríe, llora, sus ojos tan hinchados logran abrirse.
Él llega hacia donde está Ella. Sonríe Ella también lo hace. Él se inclina. Ambos se miran, sonríen, el llanto cesa. Él toma entre sus manos el rostro de Ella, besa su frente. Se levanta. Ela lo observa, lo admira. Él cambia el dulce semblante, se vuelve duro, inexpresivo. Mira hacia el frente. Se va.
Ella se agita, trata de gritar su nombre. Nuevamente los chillidos llenan de ecos el lugar. Él ya no mira hacia atrás. Se pierde en el horizonte. Ella chilla, aulla, berrea, llora, grita… trata de levantarse, pero no lo logra.
Se hace el silencio. La oscuridad vuelve a invadir el lugar… llueve. Sola, en medio de la noche, sigue mirando hacia el horizonte.
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