La situación se repite. Estás ahí, sentado frente a mí... hablas... dices y me miras mientras lo haces. No sé qué pensar... no puedo pensar en nada. Tu sonrisa me hipnotiza, tus palabras me embriagan, tus ojos me seducen y todo tú emana una inexplicable luz que ilumina el persistente vacío en mi alma.
Sonrío... te sonrío con una sonrisa que inventé sólo para tí y por éso es única y especial: ya eres dueño de ella... no invento una mirada, no es necesario: ella sola decide nacer y crecer mientras penetra en el brillo de tus pupilas y resuelve morir dentro de éstas cuando percibe su reflejo en esos espejos cristalinos con los que inventas tu mundo.
Pienso mil y un cosas; recreo un mundo en el que tú y yo somos los únicos protagonistas, en donde nada pueda sofocar este fuego que crece día a día en mi ser y que ni tus besos y caricias pueden apagar, en el que el segundero de nuestro reloj no avance nunca más y siempre marque la misma hora, uno que reinventemos con cada sonrisa, cada mirada, cada beso y cada palabra...
Pero un gesto tuyo me hace regresar a esta nuestra realidad que compartimos ahora. Tristemente me doy cuenta de que ese universo que tanto anhelo idear, tú no serás pilar... ya no soy para tí. No seré esa musa que haga nacer tus más bellas palabras de amor, ni tampoco aquella mujer cuyo recuerdo te acompañe en tus noches de soledad... o por lo menos eso creo creer...
... y sólo te ríes de mi torpeza al articular una respuesta a lo que segundos antes preguntaste... y yo sólo pienso en que ya no soy más el ensueño que alguna vez imaginaste... y tú te sigues riendo... y yo sólo hago lo que mejor sé hacer: fingir demencia y pensar una sonrisa más para la ocasión, pero que lleva dibujada detrás una mueca inundada de frustración.
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